He mirado esta foto una y otra vez y en cada una de ellas se
acumulaba un tumulto de sensaciones. Me alegro de no acostumbrarme a ser
indiferente cuando miro - queriendo ver - el rostro de esta imagen o la imagen
de este rostro que no es la misma cosa. Quieren inmunizarnos contra el dolor
ajeno y tenemos que negarnos a que nos seden el corazón, a que nos conviertan
en ropa vacía, en enajenados y eternos aspirantes a los finales felices de
películas edulcoradas.
Tenemos
que sumergirnos en el mar de los olvidados y bucear en esas profundidades del
alma humana que frecuentamos poco; debemos llevar en nuestra mochila a “los
nadies” del poeta para recordar, día a día, que ese peso nos corresponde a
todos; podríamos convertirnos en dedos de estas manos cruzadas para provocar que se abran y se nieguen a ser pasto de la
resignación; necesitaríamos conocer esos pensamientos, que intuyo sabios, para nutrirnos
a diario de la filosofía del desamparo de la que tanto tendríamos que aprender para
no olvidar que esta piel es la de todos, que esos ojos cerrados a la dicha hay
que abrirlos a la esperanza, que este rostro puede ser el de cualquiera de
nuestros hijos si la vida en el futuro se le vuelve del revés y no estamos para
echarles una mano.
Miro
de nuevo y veo dignidad, la dignidad de la pobreza cuando ésta sólo es
material, la dignidad que da lecciones a una sociedad con un orden invertido de
valores, una dignidad con la que debería estar prohibido mercadear en los pasillos o en los despachos de los palacios, de los
gobiernos, de los bancos…
Siempre
existieron y ahí están los “hijos de la calle” siendo una prueba milenaria y constante
de que aún no hemos conseguido ser un género merecedor de la categoría de
humanos; son zamarreadores de nuestra conciencia colectiva debilitada y
egoísta: una afirmación inequívoca de
nuestro fracaso.
¿Los
vemos? Pasamos por su lado en el trayecto de una tienda a otra y ni siquiera
somos capaces de dirigirles una mirada creyendo que
todo lo que vale y se les puede dar está en el bolsillo. Quizás por eso miran
hacia abajo porque no esperan ya nada de nosotros, ni siquiera una mirada que
les haga sentir que son algo mas que el escalón o la acera donde se refugian.
Siempre
me vienen a la cabeza letras flamencas, populares y nutridas también de
adversidades , cuando me enfrento, como ante esta foto, a la tragedia, a la
soledad, a la angustia humana. Y aunque de la serenidad de este
rostro no saldría la rabia de esta seguiriya, es la que se me viene mas que a
la mente al corazón cuando lo miro.
Yo salgo a la calle
Y salgo maldiciendo
Hasta los santos que están en los cuadros
la tierra y el cielo.