Fuiste a Granada, llevándote contigo tu inabarcable mundo interior y lo hacías pensando que era el lugar adecuado en tiempos revueltos, antes de tu planificado viaje a Argentina, cuatro días antes de que los fusiles y las pistolas , las traiciones y la barbarie asomaran las garras , arañaran los montes, abofetearan los olivos y se extendieran como un manto de negros augurios por las calles, las plazas, los paisajes que en el camino hacia tu Granada aún estaban ajenos a lo que vendría.
Empapaste en tinta tu vida para crear belleza en la nuestra y levantabas himnos contra la violencia. Himnos de palabras como aquellas de tus “bodas de sangre” en boca de mujeres que siguen siendo aún los más degradantes botines de guerra de todos los bandos de la tierra:
“… la navaja, maldita sean todas y el bribón que las inventó. Y las escopetas, y las pistolas y el cuchillo más pequeño y hasta las azadas y los bieldos de la era… todo lo que pueda cortar el cuerpo de un hombre… “
Ibas hacia tu casa, a estar con tu gente, quizás con tu sonrisa de siempre y ajeno a lo que te esperaba por mucho que tu obra nos parezca - y posiblemente lo sea - un presagio de tragedia personal, por mucho que la muerte acudiera a tu poesía como el sediento a los bordes de un pozo, esos pozos por donde tu creías que se podía encontrar al duende.
Y llegaste a Granada, a tu Granada…
“ … no vengas, detente, cierra la ventana, con rama de sueños y sueño de ramas…”
Abrirías de nuevo los balcones de tu Huerta de San Vicente… ¿por qué no? Aún las montañas nevadas sólo se veían en los picos de la Sierra aunque fuera Agosto y el brazo en alto no había anunciado con sangre que en España empezaba a amanecer… ¿Quién podría querer matar a un poeta?
“…Tiembla junco y penumbra a la orilla del río. Se riza el aire gris. Los olivos están cargados de gritos…”
Llegó el 18, cuatro días después de tu llegada, y el 19, y el 20…
“…Arena del Sur caliente, que pide camelias blancas. Llora flecha sin blanco, la tarde sin mañana, y el primer pájaro muerto sobre la rama.:.”
¿Quién podría querer matar a un poeta?
La respuesta iba despojándose de la niebla a medida que los que con la camisa nueva levantaban la cara al sol mientras iban saliendo de sus madrigueras.
Entre el 6 y el 9 de Agosto, grupos de hombres azules con la misma mirada de hierro que aquellos que golpeaban la puerta de Infante, llegaron a tu casa familiar para efectuar registros con el odio en los dientes que hacía saltar por los aires las teclas de un piano donde dejaste tu adolescencia y tu alma de músico. Ya comenzaron ya a partirte.
¿Quién podría querer matar a un poeta?
La respuesta ahora despojada de sus vestiduras, se teñía de un color cierto y dejaba un eco de cuchillos oxidados y sedientos con los que se vengaba la libre voluntad de un pueblo, con los que se hería de muerte el corazón de las palomas blancas.
“Oye. hijo mío, el, silencio. Es un silencio ondulado, un silencio donde resbalan valles y ecos y que inclina las frentes hacia el suelo.”
Fue el mismo 11 de Agosto, mientras Infante era conducido al km 4 de la carretera de Carmona cuando tu buscaste refugio en la casa granaína de los Rosales donde el azul de algunas camisas se tiñó de un azul impotente y silencioso.
Aquella noche del 11 de Agosto, mientras Blas era asesinado gritando “Viva Andalucía libre” , tú , Federico, dormirías por primera vez en aquella casa acurrucándote con el miedo y dios sabe con que otras miles de cosas.
“Duérmete clavel que el caballo no quiere beber, duérmete rosal que el caballo se pone a llorar…”
¿Quién podría querer matar a un poeta?
...y mis lágrimas se confunden con esa mancha roja que queda para siempre en la tierra, seca, perdida y solitaria.
ResponderEliminarBuscando intimidad en la luna,
ResponderEliminarEncontré una melodía de cuna,
Que, ahora en las noches me acuna,
procurando mi insolente fortuna,
Doce, una, dos, la luna menguante,
La confusión adosada como un guante,
Soledad privativa y arrogante,
Esparcida, en la bola del nigromante.
@pediedro
Emoción y rabia al leer y pensar en lo que pudo ser y no pudo vivir. El gran Federico, el Poeta de la voz perdida. Mi espejo
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