04 agosto 2013

Las golondrinas de Tartessos


           

4000 años antes de Cristo, los habitantes de lo que hoy es Andalucía, ya utilizaban la escritura. Los fenicios lo hicieron más tarde por lo que podrían haber aprendido de ellos y no al revés. ¿Que se transportará en la genética que no es medible y que hace que intuiciones profundas, de las que estás convencidas, dejen de ser intuiciones para convertirse en realidad? ¿Como podemos estar seguras/os de algo así antes de que se demuestre? ¿O no es la genética? Misterios apasionantes.
Mi pasión por Tartessos, desde mi adolescencia, ha sido siempre un enigma para mi. Nada me llevaba hacia él, ni mi entorno, ni los estudios, ni las conversaciones, ni la temprana lucha social que emprendí, sin embargo siempre sentí una fuerte atracción por saber sobre nuestra primitiva civilización, encontrándome con el clásico “tartessos” de Schulten. De ahí en adelante, mi búsqueda fue continua. Quería saber, sobretodo, cómo eran, cómo vestían, que comían, que bailaban, cuales eran su rituales funerarios… que rasgos físicos tenían… además de todo lo “mágico” que rodeaba a Tartessos, posiblemente, parte de esa Atlántida tan buscada. Leía las crónicas de los historiadores romanos, la literatura sobre turdetanos, sobre Argantonio, sobre el gigante Gerión que la mitología griega lo situaba en Cádiz, más allá de esas columnas de Hércules que siguen sosteniendo los sentimientos y los sueños de algunos andaluces.
Hace unos días , una amiga, Ana Arillo, que sabe de esta atracción por nuestra milenaria civilización, me regaló un libro de Ana María Vázquez, que tiene un especial significado y una dedicatoria que guardaré siempre con cariño. Su precioso título – al menos a mi me lo parece – “Las golondrinas de Tartessos” ya te abre las puertas a un mundo a la vez imaginativo y lleno de descubrimientos reales que añadir a lo que leído y conocido sobre Tartessos hasta el momento. No es nuevo, su edición es del 2008 pero para mi es como si lo hubiesen sacado hoy mismo de la imprenta. Los libros tienen la edad que tu les das cuando los haces tuyos así que, para mi, es un recién nacido. Lo estoy leyendo y voy avanzando en los pocos huecos libres que desgraciadamente tengo ahora para la lectura, pero cada página me sorprende más, no sólo por lo que en ellas encuentro sino por confirmarme, como apuntaba al principio, que hay algo dentro de nosotros que traemos desde no sé qué lugar del alma del universo, que nos permite tener certezas de hechos que no has vivido y que, por mucho que te quieran demostrar lo contrario, tu sabes, por algún mecanismo interior, que tienen que ser ciertas.
Siempre intuí, ¿o supe? Que aquellos pueblos de los que nos hablaban y nos decían que habían traído la civilización desde Oriente, podrían haber aprendido de “nosotros”, que no entendía por qué no podía contemplarse la posibilidad de que fuésemos una civilización autóctona, mítica ya incluso entonces, con la que Oriente tuviera relaciones comerciales y culturales y que fueran ellos los que se llevaran más de lo que traían. Quizás sea ese el sino de esta tierra extraña y diferente, de esta Andalucía que siempre dio más de lo que recibió, que tomaba lo mejor de lo que llegaba y sabía hacerlo suyo, transformarlo en propio dándole una peculiar forma de ser, impregnándolo de su idiosincrasia y de su vasta y sólida cultura.
No lo acabo de descubrir, ya he leído suficientes documentos sobre Tartessos como para saber, hace tiempo, que no andaba descaminada, pero estas golondrinas que llegan en pleno verano a mi balcón particular, me han hecho volver a reflexionar sobre todo esto, sobre nosotros los andaluces y sobre las huellas que traemos en el alma que no habrá medicina ni ciencia alguna que pueda explicar.
Iré compartiendo con vosotros el vuelo de estas golondrinas.
Gracias Ana por traerlas a mis manos, gracias Alejandro por esa preciosa dedicatoria.

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