4000 años antes de Cristo, los habitantes de lo que hoy
es Andalucía, ya utilizaban la escritura. Los fenicios lo hicieron más tarde
por lo que podrían haber aprendido de ellos y no al revés. ¿Que se transportará
en la genética que no es medible y que hace que intuiciones profundas, de las
que estás convencidas, dejen de ser intuiciones para convertirse en realidad?
¿Como podemos estar seguras/os de algo así antes de que se demuestre? ¿O no es
la genética? Misterios apasionantes.
Mi pasión por Tartessos, desde mi adolescencia, ha sido
siempre un enigma para mi. Nada me llevaba hacia él, ni mi entorno, ni los
estudios, ni las conversaciones, ni la temprana lucha social que emprendí, sin
embargo siempre sentí una fuerte atracción por saber sobre nuestra primitiva
civilización, encontrándome con el clásico “tartessos” de Schulten. De ahí en
adelante, mi búsqueda fue continua. Quería saber, sobretodo, cómo eran, cómo
vestían, que comían, que bailaban, cuales eran su rituales funerarios… que
rasgos físicos tenían… además de todo lo “mágico” que rodeaba a Tartessos,
posiblemente, parte de esa Atlántida tan buscada. Leía las crónicas de los
historiadores romanos, la literatura sobre turdetanos, sobre Argantonio, sobre
el gigante Gerión que la mitología griega lo situaba en Cádiz, más allá de esas
columnas de Hércules que siguen sosteniendo los sentimientos y los sueños de
algunos andaluces.
Hace unos días , una amiga, Ana Arillo, que sabe de esta
atracción por nuestra milenaria civilización, me regaló un libro de Ana María
Vázquez, que tiene un especial significado y una dedicatoria que guardaré
siempre con cariño. Su precioso título – al menos a mi me lo parece – “Las
golondrinas de Tartessos” ya te abre las puertas a un mundo a la vez
imaginativo y lleno de descubrimientos reales que añadir a lo que leído y
conocido sobre Tartessos hasta el momento. No es nuevo, su edición es del 2008
pero para mi es como si lo hubiesen sacado hoy mismo de la imprenta. Los libros
tienen la edad que tu les das cuando los haces tuyos así que, para mi, es un
recién nacido. Lo estoy leyendo y voy avanzando en los pocos huecos libres que
desgraciadamente tengo ahora para la lectura, pero cada página me sorprende
más, no sólo por lo que en ellas encuentro sino por confirmarme, como apuntaba
al principio, que hay algo dentro de nosotros que traemos desde no sé qué lugar
del alma del universo, que nos permite tener certezas de hechos que no has
vivido y que, por mucho que te quieran demostrar lo contrario, tu sabes, por
algún mecanismo interior, que tienen que ser ciertas.
Siempre intuí, ¿o supe? Que aquellos pueblos de los que
nos hablaban y nos decían que habían traído la civilización desde Oriente, podrían
haber aprendido de “nosotros”, que no entendía por qué no podía contemplarse la
posibilidad de que fuésemos una civilización autóctona, mítica ya incluso entonces,
con la que Oriente tuviera relaciones comerciales y culturales y que fueran
ellos los que se llevaran más de lo que traían. Quizás sea ese el sino de esta
tierra extraña y diferente, de esta Andalucía que siempre dio más de lo que
recibió, que tomaba lo mejor de lo que llegaba y sabía hacerlo suyo, transformarlo
en propio dándole una peculiar forma de ser, impregnándolo de su idiosincrasia
y de su vasta y sólida cultura.
No lo acabo de descubrir, ya he leído suficientes
documentos sobre Tartessos como para saber, hace tiempo, que no andaba
descaminada, pero estas golondrinas que llegan en pleno verano a mi balcón
particular, me han hecho volver a reflexionar sobre todo esto, sobre nosotros
los andaluces y sobre las huellas que traemos en el alma que no habrá medicina
ni ciencia alguna que pueda explicar.
Iré compartiendo con vosotros el vuelo de estas
golondrinas.
Gracias Ana por traerlas a mis manos, gracias Alejandro
por esa preciosa dedicatoria.
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