12 julio 2016

Hijos de la calle


He mirado esta foto una y otra vez y en cada una de ellas se acumulaba un tumulto de sensaciones. Me alegro de no acostumbrarme a ser indiferente cuando miro - queriendo ver - el rostro de esta imagen o la imagen de este rostro que no es la misma cosa. Quieren inmunizarnos contra el dolor ajeno y tenemos que negarnos a que nos seden el corazón, a que nos conviertan en ropa vacía, en enajenados y eternos aspirantes a los finales felices de películas edulcoradas.
Tenemos que sumergirnos en el mar de los olvidados y bucear en esas profundidades del alma humana que frecuentamos poco; debemos llevar en nuestra mochila a “los nadies” del poeta para recordar, día a día, que ese peso nos corresponde a todos; podríamos convertirnos en dedos de estas manos cruzadas para provocar  que se abran y se nieguen a ser pasto de la resignación; necesitaríamos conocer esos pensamientos, que intuyo sabios, para nutrirnos a diario de la filosofía del desamparo de la que tanto tendríamos que aprender para no olvidar que esta piel es la de todos, que esos ojos cerrados a la dicha hay que abrirlos a la esperanza, que este rostro puede ser el de cualquiera de nuestros hijos si la vida en el futuro se le vuelve del revés y no estamos para echarles una mano.
Miro de nuevo y veo dignidad, la dignidad de la pobreza cuando ésta sólo es material, la dignidad que da lecciones a una sociedad con un orden invertido de valores, una dignidad con la que debería estar prohibido mercadear en los pasillos o en los despachos de los palacios, de los gobiernos, de los bancos…
Siempre existieron y ahí están los “hijos de la calle” siendo una prueba milenaria y constante de que aún no hemos conseguido ser un género merecedor de la categoría de humanos; son zamarreadores de nuestra conciencia colectiva debilitada y egoísta:  una afirmación inequívoca de nuestro fracaso.
¿Los vemos? Pasamos por su lado en el trayecto de una tienda a otra y ni siquiera somos capaces de dirigirles una mirada creyendo que todo lo que vale y se les puede dar está en el bolsillo. Quizás por eso miran hacia abajo porque no esperan ya nada de nosotros, ni siquiera una mirada que les haga sentir que son algo mas que el escalón o la acera donde se refugian.
Siempre me vienen a la cabeza letras flamencas, populares y nutridas también de adversidades , cuando me enfrento, como ante esta foto, a la tragedia, a la soledad,  a la  angustia humana. Y aunque de la serenidad de este rostro no saldría la rabia de esta seguiriya, es la que se me viene mas que a la mente al corazón cuando lo miro.
Yo salgo a la calle
Y salgo maldiciendo
Hasta los santos que están en los cuadros
la tierra y el cielo.