Eran
días sin pan ni paz. Eran días dolientes, sin sol ni esperanza. Vagones
cargados de desconsuelos, desgarros y
miradas perdidas. Vagones de tristeza
expresada con todos los acentos de este Estado que sigue sin entenderlos, con
todos los idiomas que nos definen.
Eran
días de exilio y pérdida. Algunos ojos aún tenía fuerzas para mirar atrás y
retener en la memoria lo que ya no volverían a ver… allí quedaban sus paisajes,
sus historias familiares, sus amores,
sus sueños… atrás la muerte que dejó a los suyos tirados quién sabe dónde
mientras avanzaban hacia quién sabe dónde.
En
medio de toda aquella columna indefensa y sin embargo amedrentada aún por los
aviones alemanes al servicio de Franco, iban muchos, muchos andaluces y entre
ellos un poeta con el corazón roto, hecho añicos, un roído abrigo y una mano
cogida : la de su madre Ana Ruiz.
La
ciudad fronteriza no los recibía con los brazos abiertos. A los caídos, a los
que no tenían- por no tener- ni esperanza, les negaban hasta el agua si no
pagaban. El poeta apretaba la mano de su anciana madre y miraba silencioso. Ya lo
había visto casi todo. Aún le quedaba por ver en el país al que llegaban buscando
amparo, como separaban a los hijos de las madres, a las mujeres de los maridos
para llevarlos a los campos de concentración.
Ana
, enajenada por la edad y el dolor, sentiría la seguridad de la mano de su hijo
Antonio y creía que se dirigían a Sevilla. Ella pensaba que volvía a Sevilla,
que la brújula de la vida no la estaba mandando a un norte de habla francesa
sino a un Sur andaluz de patios y paredes encaladas. Quizás ese era el cielo
que esperaba encontrar a la llegada. No hablaba casi nada, sólo preguntaba
insistentemente ¿Llegaremos pronto a Sevilla?
El
poeta, enfermo, cargado de amargura y ligero de equipaje material, llegaba a
Francia, con su mirada inconsolable. El
último rayo de luz en forma de amigo consiguió llevarlo a Colliure. El quería ver el mar quizás para volver a
recordarse a sí mismo algo que nos dejó a nosotros para siempre como lección
inolvidable : “caminante no hay camino,
sino estelas en la mar”. Sólo salió una
vez , una sola vez, para ver el mar, sus ojos habían visto ya demasiada tierra
quemada.
Esos
ojos se cerrarían pocos días después, con el mar dentro sin saber si eran
lágrimas o imágenes guardadas de aquella tarde en Colliure junto a su hermano
José. La otra Francia lo acompañó y seis milicianos lo llevaron a su última
cama cerca del mar en ese pequeño pueblo de pescadores envuelto en la bandera
Republicana. Tan lejos, tan lejos, tan lejos de aquel patio de Sevilla y huerto
claro donde maduraba el limonero.
A
una madre es difícil ocultarle la muerte de un hijo. No se puede. Siente que
hay algo que se ha roto dentro, que ya no tiene, que ha perdido una parte de
ella. Sólo unos días más tarde, Ana Ruiz, sin sentir en su mano la de su hijo,
se marchaba también. Querría ir a estar con él en esos lugares donde no existe
el odio ni los aviones alemanes podían sobrevolar amedrentándolos porque ya no
hay cielos donde volar. En esos lugares el cielo está demasiado bajo.
Pocos
días después, en el bolsillo de aquel abrigo casi roído del poeta , su hermano
encontró unas notas arrugadas, escritas a lápiz. Eran tres y una de ellas decía
: “estos días azules y este sol de mi infancia”
Su
infancia en una casa por donde paso todos los días, a la vuelta de la esquina
del trocito de Sevilla donde ahora vivo.
Todos los días, -no hay ni uno solo que lo deje de hacer – me acuerdo de
ese papel arrugado que dejó Antonio en su bolsillo y, cuando vuelvo por las
noches, en el silencio de estas calles que guardan tanta historia, pienso en
Sevilla, en la Sevilla de Machado, de Cernuda, de Bécquer, de Almutamid, de Abd a-Kassim, de Abdullah al Wallid, de
Rumaikiyya, de Lope de Rueda, de Aleixandre, … en una Sevilla grande, poderosa
en su sabiduría , en una Sevilla orgullosa que lleva en sus genes la
vocación de ser volver a ser lo que
fue: faro de luz que mezcla en sus
destellos el oriente con el occidente en un derroche de belleza pura donde todo
lo distinto es capaz de ser parte armoniosa de una misma cosa. Sueño con volver
a encontrarme con esa Sevilla , quizás – sin duda- imaginaria pero que quiero
creer posible. . Sé que los sueños, los deseos, pueden convertirse en realidad con trabajo,
con ilusión, con paciencia. Somos maestros en paciencia.
En
aquel papel arrugado, el poeta dejó también escrito :
Yo
te daré mi canción
Se
canta lo que se pierde
Con
un papagayo verde
Que
la diga en tu balcón.
Yo
recojo tu canción, Antonio Machado, no para cantar lo que se pierde sino para
intentar recuperar lo que se pierde. Yo sé que lo permites.
La
voy a colgar - como flor en maceta que habrá que regar cada día- en mi balcón
sevillano abierto a la esperanza y desde ahí la cantaré eternamente Mientras, no
podré dejar de sentir algunas noches, cuando paso por tu puerta, tus últimas
palabras y las de tu madre y pensando en
el hoy me haré la misma pregunta: ¿LLEGAREMOS PRONTO A SEVILLA?
Ole tu !!! con to tu gran arte ,coraje y esencia.
ResponderEliminarHola por aquí Pilar. Soy Julio Carmona. Se le puede sacar proyección positiva a la U, a Una mujer Útil, hUmana, Usuaria, Única, Ultrasolidaria, Una mujer para Una Sevilla Única. Estoy dispuesto a volver a colaborar contigo. Saludos, Julio Carmona
ResponderEliminarJulio gracias por todas esas "U" . YO quiero a mi lado a todas y todos los que quieran estar, a los que estén dispuestos a trabajar por esta Sevilla a la que queremos distinta y de todos. Nadie sobra en este quehacer andaluz y sevillano y tu mano es bienvenida y la agradezco mucho asi que andemos juntos el camino. Y muchas gracias de nuevo. Un abrazo
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